domingo, 26 de octubre de 2014

#TOP5 Besos

Hace un tiempo, a comienzos de junio, decidí dedicar el inicio de cada mes a una entrada en formato TOP5, es decir, crear una lista de cinco cosas que tuvieran relación entre sí para que tuvierais la oportunidad de conocer algunas pinceladas de estas e investigar por vuestra cuenta. Después de mi retiro veraniego y mi falta de tiempo este octubre, la sección había quedado desolada hasta hoy. Por eso, a pesar de no ser primero de mes, quiero dedicar mi entrada a la representación del beso en el arte contemporáneo. Como apunte, debo decir que no voy a numerar las obras del 1 al 5 como hice la vez anterior porque no quiero que en ellas se establezca una jerarquía. Las doy tal como vienen. Vamos a ver, pues, cuáles han sido, bajo mi punto de vista, cinco de los contactos labiales más intrigantes, pasionales y sorprendentes de los últimos años.

Joan Fontcuberta, El món neix en cada besada, 2014
Comienzo por uno de los besos más recientes y próximos a mí. Se trata del gigantesco mosaico creado por el artista Joan Fontcuberta colocado este mismo año en la plaza Isidre Nonell de Barcelona. A partir de 4000 imágenes sobre cerámica, el artista ha conseguido formar un gran beso en un muro que, como él mismo define, no debe ser el de las lamentaciones. Con motivo del Tricentenari, los 300 años desde la caída de Barcelona ante las tropas de Felipe V, Fontcuberta ha querido mostrar una visión de futuro, un símbolo de amor y una idea que aquí es tremendamente extendida y parece no acabar de llegar fuera: que la sociedad catalana –y en especial la ciudad de Barcelona– está abierta al mundo, a acoger a aquellos que vengan y donde todo el mundo puede encontrar su lugar. La obra es un gran beso a los que estaban, a los que están y a los que estarán, y seguro que se convertirá en un nuevo icono de la ciudad condal.



Dmitri Vrubel¸ Mein Gott hilf mir, diese tödliche Liebe zu überleben, 1990
A pocos les sonará este título y este artista –yo soy el primero en desconocer que esta obra se llamaba así–. Pero si hablo de la East Side Gallery, la larga galería de graffiti sobre el muro de Berlín, y el beso entre Brezhnev y Honecker, a todo el mundo le viene la misma imagen a la cabeza. Esta obra tiene su origen en una fotografía de 1979 en que los dos protagonistas, altos cargos de la República Democrática Alemana (RDA), se besarían durante el 30 aniversario de esta misma. Aunque es común la idea de que el artista pretendía hacer una crítica al régimen comunista durante la Guerra Fría, lo único que quería mostrar era la unión de Europa y Rusia en un beso a pesar de su separación en la línea de un mapa. Pero leyendo el título (Dios mío, ayúdame a sobrevivir este amor mortal) no podemos más que pensar que algo de ironía va implícita en la obra. El estado lamentable del mural llevaría a Vrubel a repintarlo en el año 2009, con el temor que le provocaba desfigurar un símbolo mundial que él mismo había creado.



Pierre et Gilles, El beso, c. 1995
No podía faltar esta obra entre los cinco besos que quería mostraros. Me he aventurado a titularla –aunque estoy bastante seguro de que se llama así– y a darle una fecha porque he sido incapaz de encontrar su datación, aunque puedo intuir que se inscribe en la década de los 90. Poco hay que decir: homoerotismo, libertad sexual, supresión de los prejuicios y universo kitsch. Creo que la grandeza de esta pareja de artistas franceses recae precisamente en que no hace falta devanarse los sesos para que el mensaje llegue al espectador. Por supuesto, estoy totalmente a favor de un arte que intriga y que sobrepasa al que lo mira. Pero en algo tan real y tan carnal como un beso, y más uno entre dos hombres con las repercusiones sociales que ello causa todavía a día de hoy, no hace falta más que lo que se quiere mostrar. Claro que se toman la licencia de envolverlo todo en un aura barroca y, hasta cierto punto, cursilona. Pero es que la herencia de James Bidgood, padre de esta estética y del porno gay artístico, la llevan totalmente arraigada a la piel.



Constantin Brancusi, El beso, 1907
Viajamos ahora a un mundo totalmente opuesto a lo que acabamos de ver con Pierre et Gilles. Bajo el lema la simplicidad es la complejidad resuelta, Brancusi dedicaría su obra a encontrar la esencia de las cosas a partir de su reducción de formas. Por eso encontramos dos figuras antropomórficas entrelazadas y unidas por sus labios. Cabello, ojos, labios, brazos y cuerpo. Dos formas aparentemente divididas que luchan por fusionarse, formando un bloque compacto. Es la idea más pura del beso. La tosquedad de la obra es, precisamente, lo que conduce a pensar en el primitivismo que desprende ese beso, en la pureza que hay en él, un sentimiento que parece atrapado entre los brazos de los amantes. Me resulta inevitable pensar en El Banquete de Platón, cuando Aristófanes habla de los antiguos seres que fueron divididos por la cólera de Zeus. Eran los hombres, las mujeres y los andróginos, cada uno con cuatro brazos, cuatro piernas, un cuerpo circular y dos fisionomías. El temor de los dioses a que estos pudieran aumentar su poder hizo que quedaran partidos por la mitad, condenados a buscarse eternamente para volver a unirse. Quizás ese es el beso que nos enseña Brancusi, el de un ser que por fin ha podido volver a religarse y ser uno.



René Magritte, Les amants, 1928
Este es uno de los cuadros que más quebraderos de cabeza ha traído a los críticos y que, particularmente, más me ha perturbado. Poco debería decirse de él, más que cuatro apuntes formales. Entendiendo que Magritte trabaja en el puro Surrealismo, qué puede decir alguien de la obra si no está dentro de la propia mente del artista. Lo primero que uno debe comprender al contemplar Les amants es que no hay beso alguno, no hay boca a boca. Dejémonos, pues, de amantes desconocidos, de amores trágicos y de secretismos y vayamos a la vida de Magritte. En la biografía de un surrealista es donde suele encontrarse la llama que enciende su obra. Con 14 años, el artista tuvo que ver a su madre ahogada en el río Sambre, en su segundo intento de suicido, esta vez logrado. El vestido le tapaba la cara. René Magritte negó hasta la saciedad que su obra rememorara aquel hecho. Dalí también negaba haber amado a Lorca y se murió con su nombre en los labios. ¿Quién puede entender a un surrealista? Sea como fuere, los amantes de Magritte seguirán intrigando a las generaciones venideras con un beso que ni siquiera es un beso.




Charlie W.

domingo, 5 de octubre de 2014

El arte de no hacer nada

A veces, cuando uno intenta adentrarse en un tipo de cine más complicado que la comedia romántica o la acción hollywoodiense, se siente desconcertado. Me viene a la mente, por ejemplo, Nostalghia (1983) del excepcional Tarkovski. En concreto, quiero dedicar este inicio a la escena con que se cierra la película: nueve minutos de plano secuencia en los que un poeta cruza una piscina vacía con la intención de llevar de un lado a otro una vela encendida. Dos intentos fallidos y un logro final. No vengo a hablar ni de Tarkovski, ni de Nostalghia, ni del débil Gorchakov –aunque podría pasarme horas haciéndolo–. A lo que me refiero es que hace falta una cierta educación previa antes de llegar a este tipo de obras de arte para no morir del aburrimiento y quedarnos con la idea de que nos la han colado y que nada tiene sentido. Pero, a veces, hay artistas que se aprovechan del desconocimiento general para engañar. Y el público, que sigue siendo tremendamente incauto, se lo acaba creyendo.


Hace unos días me llegó la noticia que comentaré a continuación. Agradezco, de antemano, a la gente que me envía estas cosas porque acaban siendo el germen de algunas entradas como esta. La cuestión es que la web de CBC, un diario online canadiense, publicaba lo siguiente: «Artista de Nueva York crea arte invisible y los coleccionistas pagan millones». La propuesta era tan simple que basta con leer las declaraciones de la supuesta artista, Lana Newstrom: «El arte habla de la imaginación y eso es lo que mi trabajo exige a la gente que interactúa con él. Deben imaginar que la pintura o la escultura está frente a ellos». Por si no quedaba suficientemente claro, la noticia iba acompañada de una imagen en la que se podía ver un grupo de personas fascinadas frente una pared vacía. Las redes sociales quedaron estupefactas y la noticia corrió a ritmos frenéticos, llegando a cada ordenador. Al final todo se resolvió: en la radio de CBC anunciaban que todo había sido una parodia pensada para un nuevo programa de humor. No llega ni mucho menos al nivel de Operación Palace de Jordi Évole pero debe reconocerse que es un puntazo.

Entusiastas del arte admiran las pinturas y esculturas de Newstrom
en la Schulberg Gallery en Nueva York
, según decía el pie de foto en la web de CBC
Ahora bien, a pesar de la sorpresa de miles de internautas, el enfado de algunos por los desorbitados precios de una obra invisible y los grupos de esnobs que son incapaces de reconocer lo estúpido de pagar millones por nada, podemos sacar una conclusión: el mundo es tremendamente ingenuo. ¿Cómo se puede recibir una noticia así, que sólo ocupaba un par de minutos leerla, y no buscar rápidamente más información en lugar de extenderla por las redes sociales? Me da rabia aceptar que dentro del arte contemporáneo hay mucho estafador y mucho sacacuartos que podría llevar a la práctica lo mismo que sucedía con esta broma. Y eso acaba provocando una mayor desconfianza por parte del público y una imposibilidad de conocimiento de lo que realmente es el arte actual.

La semana pasada explicaba lo poco que me había aportado la performance de Marina Abramović en la Serpentine Gallery. Después de ver lo sucedido me he dado cuenta de que Marina no quería que sucediera nada, que no es que yo no hubiera captado el sentido de la acción sino que no tenía sentido alguno. Daba igual cortar la audición del visitante, cerrar los ojos y callarse. Si la propuesta hubiera ido en el sentido contrario, haciendo que la gente corriera, chillara y diera saltos durante horas, el resultado habría sido el mismo: nada.

Andrea Fraser
Projection
2008
Todo esto me permite hablar de algo que me sucedió este verano en la Tate Modern y viene perfectamente a colación. Me adentré en una sala en la que se proyectaba un vídeo de Andrea Fraser en el que ella, sentada, se dirigía al espectador y narraba experiencias vitales. Yo me coloqué en la pared opuesta a la imagen, de pie, dejando libres los taburetes centrales. Al poco rato, la proyección se apagó pero el audio continuaba. Así que supuse que aquello no había terminado. Seguidamente, entraron unos ancianos que fueron directos a sentarse y se quedaron mirándome. Aluciné. No quise decirles que la proyección empezaría en la otra pantalla. Me quedé petrificado. Y ellos allí se quedaron un buen rato, mirando y sin decirme nada. Cuando por fin se fueron, yo esperé unos segundos y justo cuando me di la vuelta para irme, vi que la proyección estaba ahora en mi lugar. Me había pasado unos diez minutos allí quieto con Andrea Fraser hablando encima de mi cuerpo.


Dejando a un lado lo estúpido que me sentí en aquel momento y la cantidad de salas por las que pasé corriendo para no mezclarme con el grupo de ancianos, todavía sigo dándole vueltas a una cosa: ¿llegaron a pensar que yo era parte de todo aquello? En ningún momento nadie me dijo nada. Yo era consciente de que me miraban porque pensaban que era parte de la instalación pero tiene mucho más sentido porque la proyección me estaba iluminando. Con esto no me las quiero dar de obra de arte, suficiente vergüenza voy a arrastrar el resto de mi vida. ¿Se hubieran sentido estúpidos aquellos ancianos si yo hubiera decidido marcharme, descubriendo que lo que ellos pensaban que formaba parte de la sala tan sólo era un tipo despistado?  Al mismo tiempo, ¿cuán estúpidos no se habrán sentido los que, creyendo que la propuesta de Lana Newstrom tiene una cierta lógica y realmente su obra debe tener un elevado precio, no es más que una burla? La sociedad dejará de ser engañada en el momento en que ponga fin al arte de no hacer nada.


Charlie W.