domingo, 22 de junio de 2014

Quicios de la luz

En el año 1912, oponiéndose al mundo académico, el artista Wassily Kandinsky escribiría un breve tratado teórico, De lo espiritual en el arte, del que alguna idea puede seguir siendo vigente a día de hoy. «Es bello lo que brota de la necesidad anímica interior. Bello será lo que sea interiormente bello.» Creo que este puede ser uno de los conceptos claves que determinarían el arte contemporáneo. Aquello que hay dentro del artista es lo que surge en el arte y va hacia el espectador. De esta forma, se rompe con la representación de un sentir común para dar espacio a la subjetividad, a pesar de que esta pueda ser similar en multitud de sujetos. El fallo de Kandinsky es, a mi parecer, que afirma que sólo lo bello es lo que brota del ser porque sólo hay Belleza en el alma.

El ser es terrible, lleno de contradicciones, opuesto a sí mismo, arrojado hacia fuera y vuelto hacia adentro. «Lo bello no es sino el comienzo de lo terrible», que diría Rilke. De hecho, este verso está fechado en el mismo año de la publicación de Kandinsky. Por tanto, tenemos un ser del que brota lo Bello y lo lleva a la obra pero esto no es más que el comienzo de lo terrible. Pero no terrible en el sentido de terrorífico, sino de terribilidad, una cualidad abigarrada, que estremece y sacude, un terremoto del alma. Lo Bello es el quicio de la puerta hacia otra cosa. Atravesar el quicio –si es posible hacerlo– es llegar a un punto que se nos escapa desde nuestra concepción en el mundo. En condiciones físicas es seguramente imposible siquiera acercarse al quicio de la puerta.

¿Qué sería, efectivamente, colocarse en ese límite? Un éxtasis, la salida de sí. Al igual que Santa Teresa expiraba cuando Dios entraba en ella, el artista es capaz de captar desde esa región para volver y dar forma al arte. Suena descabellado pensar en un éxtasis místico desde el siglo XXI. No hace ni cien años que podía pensarse en tales términos. La realidad virtual está consumiendo la capacidad del ser de salir de sí. El mundo cibernético está absorbiendo el alma de los sujetos. Pero para seguir avanzando en la idea de lo espiritual en el arte hay que hacer el esfuerzo por aceptar lo que se está diciendo.

Si volvemos a Kandinsky, encontraremos como su trabajo se centró en investigar aquello que para él podía ser más allá. Como ya dije en una entrada anterior, su error –o el de la tradición histórica– fue considerar aquel tipo de arte como una abstracción. Aunque ejecutará unas creaciones “no figurativas”, el hecho de pintar en el lienzo lo seguía manteniendo anclado al mundo físico. Por tanto, el intento de representar la abstracción a la que el ser puede llegar en un éxtasis es imposible a partir de manchas y figuras geométricas. Posiblemente, la región de la que estamos hablando es irrepresentable.

Wassily Kandinsky
Composición1944
Lo que sí que podemos ver es el punto en el que se unen los dos mundos. Quiero aclarar que, aunque hable de una dualidad, ello no implica una división. Es decir, que el mundo físico de la obra y el lugar donde se coloca aquello de donde vienen puede ser uno. La diferencia está en el grado de visibilidad del ser. Puede que la obra de arte sea el quicio de la puerta que antes nombraba. Volviendo a lo que decía, el punto de unión entre las dos regiones puede intuirse en la figura del artista. La obra es únicamente el resultado de la experiencia. En el trabajo del artista está ese punto vinculante. Como siempre, el ejemplo más claro de ello debe estar en Jackson Pollock. Sólo hace falta imaginarlo sentado durante días, callado, hasta el momento en el que algo le hacía abalanzarse sobre el lienzo. No estoy diciendo con esto que Pollock ejecutara un viaje mental a otro plano existencial y pintara desde allí. Lo que yo veo en él es un intento de abstracción del mundo para alcanzar el impulso que le hiciera pintar.

Jackson Pollock frente a una de sus obras.

Si hay un artista que pareció entender que hay una totalidad dual vinculada, ese es Mark Rothko. Es, posiblemente, uno de los pintores más incomprendidos de toda la tradición. Pero es que antes de llegar a él hay que pasar por muchas otras cosas. Cuando uno tiene una mínima idea de lo que significa el todo y la nada, el ser y el no-ser, el estar en el mundo y el estar fuera del mundo y las excursiones del alma, entonces puede acercarse a Rothko y ver con ojos renovados. Ese es el quicio de la puerta. Cuando uno contempla su obra, sabiendo lo que puede decir, se da cuenta de lo complicado del asunto que estamos tratando. Intentar ir más allá de Rothko con las palabras es hartamente complicado. Podemos decir que Rothko nos habla del mundo en contradicción. O no, exactamente. Yo diría de aquello catafático y aquello apofático, es decir, que en lo que alcanzamos a comprender hay una cara oculta que no entendemos, que lo que afirmamos también debemos negarlo y que así conseguiremos distinguir entre lo que percibimos como un concepto y lo que está en lo abstracto. Que lo Bello de lo que hablábamos es el quicio y que después de este hay algo más.

Mark Rothko
Número 61
1953
Si accedemos a la última fase pictórica de Ad Reinhardt, el ideal que presentaba Rothko es más preciso aún, aunque su percepción es sumamente complicada. En la serie de pinturas negras, Ad Reinhardt crearía unas composiciones con distintas tonalidades de negro en las que está acaeciendo lo mismo que en Rothko. La diferencia es que en Reinhardt todo parece unirse. Los tonos de color son tan mínimamente cambiantes que el espectador prácticamente lo ve todo negro. Así es como se presenta que el absoluto no es plano sino que tiene infinitos puntos que no alcanzamos a ver. Rothko, en cambio, marcó de forma más evidente la diferencia entre lo que es de aquí y lo que también es de aquí pero llamamos de allí.

Ad Reinhardt
Abstract Painting
1963

Una última puerta: Antoni Tàpies. Mi predilección por él era escasa hasta que pude empezar a comprenderle después de haberlo hecho con los anteriormente mencionados. Creo que es consciente de lo imposible de representar lo abstracto, que los que lo han intentado antes de él no han podido y por ello incluye algo nuevo. Los símbolos y las palabras en la obra de Tàpies son un nuevo intento de aproximarse a este otro lado. Dejaré de lado los símbolos porque no alcanzo a comprenderlos enteramente y considero que siguen siendo demasiado físicos. Pero en las palabras de Tàpies veo pistas. Es como si dijera: aquí he querido pintar el nirvana, justo al lado de la nada. El espectador puede hacer así un ejercicio de representación mental que le acercará a lo que pretende decir el artista.

Antoni Tàpies
Sala de reflexió
1996

En definitiva, para cerrar el círculo, Kandinsky no erró del todo al decir que el artista extrae de él lo Bello para ponerlo ante los ojos del espectador. El problema está en comprender que es realmente la Belleza. Podemos empezar a pensar, entonces, que esta, dicha así, es como una de las palabras que Tàpies remarcaba en sus creaciones. Si en un lienzo escribiera alguien la palabra Belleza y lo colgara en un museo, el visitante haría un ejercicio mental y se dirigiría a cánones muy concretos. El ser debe vaciarse del concepto de Belleza como algo bello en sí y acercarse a ella como el límite de lo terrible, de aquello que está más acá del alma.


Charlie W.

domingo, 8 de junio de 2014

¿De quién queréis ser siervos?

Estamos anclados. Maldita Posmodernidad. Llevamos unos 40 años en los que no hemos avanzado nada. Y no, no me refiero a la situación política. Ese es otro asunto. Aquí hablo de arte, de la práctica artística a nivel mundial. Podemos afirmar con total rotundidad que hay muy poco más allá de las performances americanas de los años 70. Por supuesto que la aparición de nuevas tecnologías ha dado lugar a otros soportes insospechados pero es el único cambio estimable. Todo lo que se está haciendo ahora es una reinvención tras otra de la Historia del Arte.

La gente exclama: «¡El arte contemporáneo apesta! ¡No tiene ningún sentido! ¡Quemad las obras del último siglo!». Y no es una parodia. Me he visto en más de una conversación del estilo. Quemémoslo, pues. Suprimamos el arte surgido en los últimos 100 años. Eso sí: sepa aquel que lleve la antorcha que nos va a reducir a todos a cenizas. Porque el arte, señoras y señores, es el máximo exponente de la cultura. Es el mejor narrador que tenemos para explicar qué somos. Si algo refleja una obra es el ser en el tiempo, una especie de dasein heideggeriano. Podemos engañarnos creyendo que la televisión y el cine han destruido la oralidad y la textualidad de la cultura, pero así olvidaremos que el arte ha sido siempre visual y que su diálogo con nosotros no tiene palabras.

Al ser actual le toca avanzar. Si el mundo ha cambiado, ¿por qué no puede hacerlo él también? ¿Qué es lo que ha pasado para que no se produzca un punto y seguido? ¿Será desinterés? ¿Miedo, quizás? ¿Holgazanería? ¿Han muerto las musas? O peor aún, ¿han muerto el arte y los artistas? Soy de los que opinan –supongo que alguien más habrá– que Danto no acertó al decir que el arte había muerto. Defiendo que el arte sigue vivo. Pero débil. Al mismo tiempo, creo que también puede haber sucedido un cambio de paradigma y que no nos hayamos dado cuenta. Es decir, que el arte haya llegado a su fin o, si más no, esté detenido, y que la práctica artística actual sea algo del mismo nivel pero con algo distinto. No sé qué es ese algo. Pero en él radica el poco aprecio que la sociedad contemporánea tiene por su arte. Porque es suyo. Si el arte es representante de una cultura, lo que se está haciendo ahora representa a los seres que habitan el mundo.

Jaume Plensa
Body of Knowledge
2010
¿Por qué seguir aferrados al pasado? ¿Cómo puede avanzar una sociedad si no deja de mirar hacia atrás? Tampoco estoy hablando de fijar la vista en un lejano horizonte. Yo hablo del ahora. Debemos pensar en el momento actual. Si realmente hay un desinterés por el arte contemporáneo, ¿cómo vamos a superarlo si todavía se espera un regreso del Renacimiento? Me asusta pensar que podemos estar reviviendo a los fantasmas del pasado, un Neo-Neoclasicismo zombie que se nos acabará comiendo el cerebro unido a una sociedad contemporánea que está cómodamente aposentada en un vacío artístico.

Warsheh
Not Art
2014
Voy a intentar especificar esto con dos ejemplos. Por una parte, la actual línea de los fotógrafos con la doble exposición. Cada vez surgen más artistas que cogen una cámara y mezclan un par de fotografías que superpuestas pueden dar lugar a algo bello. Lo más positivo de esto sea, quizás, que muchos no utilizan retoque por ordenador y eso contribuye en la dificultad de ejecución. Pero, ¿qué están diciendo estas fotografías? ¿Son realmente representantes del siglo XXI? ¿Es eso el año 2014? Qué mejor que la fotografía para hablarnos de un aquí y un ahora concretos. Pero no dicen nada más. Este tipo concreto de arte no está investigando nada nuevo, no propone un discurso diferente a los que han llegado hasta ahora, no remueve la conciencia de la sociedad. En definitiva, es un arte vegetativo, comatoso, moribundo.

Christoffer Relander
We Are Nature Vol. III
2013

Por otra parte, podemos pensar en la escultura hiperrealista. Increíble, ¿no? Es como si, en cualquier momento, uno de los personajes que representan pudiera empezar a moverse y hablar con nosotros. Tranquilos, no lo va hacer. ¿No eran hiperrealistas las esculturas griegas, por irme a la otra punta de la Historia? Perdónenme, pero la cara del sacerdote Laocoonte de los escultores de Rodas del siglo I de nuestra era evoca una terribilidad que ya quisieran conseguir muchos hiperrealistas. Ha avanzado la técnica pero el arte está parado.

Patricia Piccinini
The Listener
2013
El problema es, entonces, de base cultural. Son los seres los que parecen haberse quedado detenidos. Ahí estamos desde hace décadas. Y las perspectivas de futuro son muy negras. Dos soluciones veo: o se derriba todo lo pasado y se empieza desde cero o estamos abocados al desastre. Si hay algo específico y único en el arte contemporáneo es su capacidad para ir más allá de lo que se ve. Mientras que Velázquez se somete a la familia de Felipe IV, el artista actual tiene la posibilidad de atormentar a Felipe VI. El espíritu de crítica y ataque, allí es donde se consigue llegar en el siglo XX. Por encima de la censura, el artista de verdad lucha. Pero si se encuentra una sociedad que no le comprende y que reniega de su arte en pro de los arcaísmos del pasado, ¿qué más puede hacer él que insistir hasta resignarse? La sociedad debe aceptar de una vez por todas el arte contemporáneo, acercarse a él e intentar comprenderlo, volverse crítica y reaccionaria, para poder superarlo y llegar a lo que debe haber en el horizonte. Vamos directos al suicido. Si matamos a la cultura, nos vamos a acabar matando a nosotros mismos.


Charlie W. 

domingo, 1 de junio de 2014

#TOP5 Artistas japoneses

Comprobado: estamos en el tiempo de las listas. Hay una tendencia actual entre los blogs y las revistas digitales a realizar entradas en las que se expone mucho y se dice poco. Pero crear un catálogo breve de elementos con algo en común también tiene cosas positivas: rápidamente, el lector descubre una serie de personajes, lugares u objetos por donde puede empezar a investigar sobre un tema. Es por ello –y por mi falta de tiempo para redactar algo con pies y cabeza– que me sumo a esta tendencia. Una vez al mes, podréis encontrar un #top5 de artistas, obras, museos o lo que se me vaya ocurriendo relacionado con el arte contemporáneo. Inauguran esta sección los actuales artistas japoneses. Os dejo con ella.

5. Takashi Murakami
¡No, no, no! No me lo confundáis con el escritor, vamos a empezar bien. Takashi Murakami es uno de esos artistas que mejor representan la imagen actual de Japón. Su obra se mueve desde las tradicionales formas de escultura y pintura hasta el diseño gráfico e incluso la moda, lugar donde creo que más ha acertado. En su arte se sintetizan dos elementos: el tradicionalismo japonés, mediante el que se formó, y el pop art americano. Que no es que yo esté un poco obsesionado pero lo llaman el Andy Warhol japonés, por haber creado una factoría artística en la que produce obras en cadena. Los amantes del manga adorarán a Murakami, puesto que consiguió llevar este estilo a los museos, poniéndose en contra de la crítica artística japonesa. Y todo ello en un ambiente de budismo, zen y un aura que invoca a Hokusai. Además, en los últimos años, el sexo explícito y desbocado es habitual en su obra. Destaca, para los devotos de la alta costura, su línea de bolsos en colaboración con la casa Louis Vuitton, una excepcional colección en la que unificó la temática japonesa, sus estrambóticas criaturas y la imagen tradicional de la marca francesa.

Takashi Murakami
727 - 727
2006
4. Motoi Yamamoto
Es, probablemente, el polo opuesto a lo que acabamos de ver. Si Murakami es excentricidad y egocentrismo, Motoi Yamamoto es un artista encerrado en sí mismo, dedicado a una práctica meticulosa y detallada que le procura infinitas horas de trabajo. Yamamoto trabaja con granos de sal. Las galerías de todo el mundo le contratan para que sobre sus suelos cree unos fascinantes tejidos de nubes, flores o figuras geométricas. El origen de su arte se encuentra en la muerte de su hermana: después de sufrir un cáncer cerebral y perderla a los 24 años, Yamamoto se dedicó a recuperar instantes detenidos en el tiempo, emociones que es incapaz de reproducir con la voz. La sal es ese elemento que en todas las culturas sana y purifica –a pesar de que en la cultura española siempre parece ir a lo negativo y es en ella donde la sal puede atraer la mala suerte–. El artista ha encontrado un paliativo a su dolor, manteniéndose a diario conectado con la sal para poder limpiarse. Una constante de todas sus creaciones son las líneas entrecruzadas, los giros, los laberintos; en definitiva, los caminos que no conducen a ninguna parte y la sensación de estar atrapado, tempestuosamente, siempre en el mismo lugar.

Motoi Yamamoto
Forest of beyond
2011 - 2012
3. Hiroshi Sugimoto
Silencio es el mejor término para definir la obra de Hiroshi Sugimoto. Dedicado por completo a la fotografía, el artista se dedica a captar las relaciones entre la luz y la oscuridad. En su obra, como en la de Yamamoto, el tiempo también parece haberse detenido. Ya sea a través del retrato, del paisaje o del objeto, Sugimoto encuentra elementos que emiten discursos sin voz. Lo sé, es algo difícil de comprender. Supongo que ejemplificarlo a través de una de sus obras lo hará más entendible: cuando el espectador se encuentra ante una monumental fotografía de un mar en calma, sabe que allí hay algo más. Es esa pausa silenciosa la que está interpelando al que contempla. Sugimoto se mantiene al margen. Él trae la obra para que diga algo. Podría atreverme a decir que ni siquiera el artista se atreve a decir nada más que lo que dice su obra. Ni el espectador ni el autor pueden emitir nada más de lo que la obra está transmitiendo. Es un limitarse a escuchar si es que quiere escucharse algo.

Hiroshi Sugimoto
Ligurian Sea, Saviore
1982
2. Yoko Ono
Era imposible hacer esta lista sin incluir a la japonesa más conocida de toda la historia de occidente. Sí. Porque Yoko Ono se fundó su carrera en Estados Unidos. Es por todos conocido su romance con John Lennon y la estúpida especulación de que fue ella la que separó a los Beatles. No voy a entrar en una polémica tan absurda. Para saber quién es Yoko, hay que conocer su arte. Y no vale con ver el vídeo en el que se dedica a gritarle a un micrófono durante un tiempo indeterminado. La artista ha hecho mucho más que llamar la atención. Es una de las mujeres que, a través del arte, ha conseguido que otras como ella pudieran tener un papel relevante en la sociedad. Ha luchado contra los cánones de belleza, contra el machismo o contra el problema racial. ¿Se ha formado un personaje a partir de ella? Puede ser. Pero cuántos artistas no han acabado siendo personajes y no por ello han hecho menos. Su lucha por la libertad de pensamiento y la paz en el mundo la dotan de una calidad superior a artistas que, aunque sean técnicamente perfectos, no consiguen decir nada con su arte.

Yoko Ono + John Lennon
Freedom
1970

1. Yayoi Kusama
Llegamos a lo más de lo más, a la apoteosis artística. Para el que lleve tiempo siguiendo este blog, supongo que se habrá dado cuenta de que me acaban interesando más los artistas en sí que su obra. Vaya, es lo que acabo de decir con Yoko Ono. Si coloco a Yayoi Kusama en el número 1 de esta lista es porque la relación que ha establecido entre arte y vida es terriblemente apasionante: como consecuencia de los traumas infantiles familiares, la artista sufriría una patología mental que marcaría toda su obra. Kusama está obsesionada con los puntos y por ello se dedica a representarlos constantemente en sus pinturas. Después de una experiencia en la que sintió como esos puntos la invadían, necesita verterlos sobre el lienzo para que no la lastimen. Afirma que si deja de pintar se suicidará. Fue la propia artista la que decidió internarse en un centro psiquiátrico para poder mantener viva su práctica artística y a ella misma. Es la expresión por excelencia de la paz japonesa unida a un ser indescriptible.

Yayoi Kusama
Horse play (Happening)
1965
Cinco artistas no son representación de toda una comunidad artística pero pueden dar una imagen de la situación actual en Japón. Para los que quieran investigar algo más, pueden seguir con Ushio Shinohara –y su mujer, una pareja imprescindible–, Sayaka Ganz, Junichi Nakamura, Koreiko Hino o Taisuke Mori. También sois libres de aportar en un comentario vuestro artista japonés predilecto. ¡Ah! Y voy a hacer una excepción y mencionaros a Katsushika Hokusai y Maruyama Okyo, pintores del siglo XVIII pero necesarios para entender el actual arte japonés. Si algo tiene Japón es que ha conseguido que su cultura esté profundamente arraigada en el arte, ya sea a través de la paz milenaria o de la contemporaneidad más rabiosa.

Charlie W.